sábado, 6 de agosto de 2011

El ruido de las cacerolas

Foto: ADN Radio, a través de UPI
Texto: Fernando Pérez G.

El silencio, además de dar miedo y controlar, no permite enterarse. Por eso la idea del cacerolazo es tan potente. Porque el sonido de las ollas, sartenes y tapas de metal haciendo choque con las chucharas o palos, arrasan con la duda o la certidumbre de que nada sucede, de que estamos durmiendo. En Santiago de Chile (y en muchas otras ciudades del país) el jueves 4 de agosto, poco antes de las nueve de la noche, una hora antes de lo presupuestado y, en gran parte, por la injusta y tremenda represión policial que sufrieron los estudiantes al intentar movilizarse, la gente salió a las calles para romper el silencio. Un conjunto de sonidos metálicos de diferentes tonalidades se mezclaron con las bocinas de los autos, mientras –probablemente–, las autoridades se agarraban la cabeza y pensaban “no están tan solos como pensábamos”.

Si eso pensaron, tienen razón. Si no, están completamente equivocados. Y ciegos: ese día, lo que se vio en la calle, fue la manifestación más clara del apoyo transversal que tiene el movimiento por la educación en Chile. Son hijos, son padres, son abuelos, son hermanos, primos, tíos, pololos y amigos. Busquen una forma de nombrarlos. Todos estaban ahí. Como cuando –dicen los mayores–, renació la esperanza en dictadura, allá por 1986. Los más dormidos despiertan cuando no hay opción, se suele decir. El cacerolazo por la educación lo demostró con creces: para este sistema, injusto y desigual, ya no hay opción.


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