sábado, 3 de septiembre de 2011

Vida


Fotografía: Agencia UNO / Terra.cl

Texto: Fernando Pérez G.

Son dos cosas las que me impactan del accidente aéreo en Juan Fernández: la entereza que tienen los colegas comunicadores de las cinco personas que pertenecían a “Buenos Días a Todos” y –el famoso lugar común– lo frágil que es la vida.

¿Cómo se hace para despachar una tragedia que te toca fuertemente en lo personal? Oficio. Desplazar esos sentimientos, guardarlos bien adentro, porque sabes que son miles de personas las que te están viendo, que están también preocupadas y que dependen de ti para informarles. Estas situaciones, cuando sale lo mejor (y lo peor. No olvidemos la portada de LUN y lo de Publimetro) del periodismo, me reafirma la nobleza de la profesión, lo que debería mover a la mayoría de los que estudiamos o somos ya periodistas.

A razón de lo mismo, complica la facilidad con la que puedes dejar este mundo, convertirte en pasado, en sólo recuerdos. El ser humano es algo extraordinario, capaz de increíbles acciones y de desarrollar una personalidad vasta y sobredimensionada. Pero todo eso puede acabarse en un segundo.

Por esto mismo buscamos trascender, dejar algo hecho. De modo que, cuando ya no seamos nada corpóreo, se nos busque en las sonrisas de quienes ayudamos, en los corazones de quienes amamos, en las labores que hicimos con profesionalismo, en los objetos que creamos.

Hacer un libro, grabar una película, construir casas para los más pobres, adoptar un niño, compartir con tu familia, amar amado y también sin serlo, trabajar por vocación, hacer reír, acompañar con un abrazo o acompañar llorando, hablar con desconocidos, empaparse de historias y realidades ajenas a la tuya. Todo eso hace que la vida valga la pena.

Sea cual sea el resultado, tragedias así nos recuerdan que el tiempo para nosotros es escaso y que debemos aprovecharlo. Lo más triste sería irnos de aquí sin cambiarle la vida a alguien, sin influir en nada. Todos lo saben, pero hoy más que nunca hay que recordarlo. Que cada uno busque la manera más linda de vivir.

Fuerza a TVN, a la Fach, al Ministerio de Cultura, a los integrantes de Levantemos Chile y a los familiares de los civiles.

sábado, 6 de agosto de 2011

El ruido de las cacerolas

Foto: ADN Radio, a través de UPI
Texto: Fernando Pérez G.

El silencio, además de dar miedo y controlar, no permite enterarse. Por eso la idea del cacerolazo es tan potente. Porque el sonido de las ollas, sartenes y tapas de metal haciendo choque con las chucharas o palos, arrasan con la duda o la certidumbre de que nada sucede, de que estamos durmiendo. En Santiago de Chile (y en muchas otras ciudades del país) el jueves 4 de agosto, poco antes de las nueve de la noche, una hora antes de lo presupuestado y, en gran parte, por la injusta y tremenda represión policial que sufrieron los estudiantes al intentar movilizarse, la gente salió a las calles para romper el silencio. Un conjunto de sonidos metálicos de diferentes tonalidades se mezclaron con las bocinas de los autos, mientras –probablemente–, las autoridades se agarraban la cabeza y pensaban “no están tan solos como pensábamos”.

Si eso pensaron, tienen razón. Si no, están completamente equivocados. Y ciegos: ese día, lo que se vio en la calle, fue la manifestación más clara del apoyo transversal que tiene el movimiento por la educación en Chile. Son hijos, son padres, son abuelos, son hermanos, primos, tíos, pololos y amigos. Busquen una forma de nombrarlos. Todos estaban ahí. Como cuando –dicen los mayores–, renació la esperanza en dictadura, allá por 1986. Los más dormidos despiertan cuando no hay opción, se suele decir. El cacerolazo por la educación lo demostró con creces: para este sistema, injusto y desigual, ya no hay opción.


lunes, 25 de julio de 2011

El repudio a la angustia

Texto: Fernando Pérez G. / Foto: Felipe Rubilar

Difícil no deshacerme en elogios frente a tamaña imagen, tomada por el realizador audiovisual, Felipe Rubilar. Aunque sea difícil discernir en qué contexto se captaron las expresiones de angustia de este abuelo y esta señora, la foto se camufla muy bien con alguna escena de película apocalíptica. Pero no. Esto fue el 14 de julio de 2011, en medio de una de las manifestaciones estudiantiles. Probablemente, y puedo equivocarme, ellos van arrancando de los disturbios. De esa estúpida manera que tienen algunos de hacerse notar: quebrando mobiliario público, haciendo trizas locales pequeños u agrediendo a cualquiera que pase cerca, sea prensa, carabineros y peatones. No pretendo “criminalizar” las marchas, porque está claro que esta es una minoría repudiada tanto por los manifestantes como por las autoridades. El objetivo es que los odiemos aún más, que los marginemos como esas sobras sociales en las que se han convertido. Porque, comprendan: su violencia sólo los convierte en delincuentes, en una gran muestra de pequeñez humana. Quizá, rozando el límite con el salvajismo animal.

lunes, 18 de julio de 2011

Dibujo permanente


La galería Eurocentro, en el paseo Ahumada de Santiago, tiene alrededor de media docena de tatuadores. Casi todos desarrollan su trabajo en torno a imágenes bastante crudas: proliferan diablos, zombies, descuartizados y calaveras. Dibujarse la piel tiene algo de rudeza. No cualquiera aguanta el dolor que produce el abrirla milímetro a milímetro. Antes, pensaba que una tortura así era innecesaria y que bajo ningún motivo la cometería. Pero volví a verla, tocarla, sentirla… y caí. No, no fue por una chica, sino por el lugar donde viví mi infancia: Isla de Pascua. Era verano de 2008 y había vuelto de vacaciones después de siete años en el continente. Empecé a pensar en algo permanente, en una forma de llevarla conmigo siempre, con orgullo. Me tatué. Con dolor al principio y satisfacción después, es el único intento que he hecho de pertenecer a una cultura que no es la mía pero que amo. Como para desgarrarme la piel.

sábado, 16 de julio de 2011

Lluvia bendita


Las inundaciones y anegamientos que producen las lluvias son la cara negativa, lo malo, lo fatal. Pero también ayuda a descontaminar esas ciudades malditas con el humo industrial. Como Santiago. Cada vez que el agua cae del cielo, al día siguiente la capital muestra imágenes como esta: el aire limpio, la gigantesca cordillera vestida de blanco. Todos los años existen, aunque sea un par de veces, estas jornadas mágicas en donde podemos apreciar el esplendor natural de esta columna rocosa que nace en Venezuela y pasa por Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina y va a terminar en el sur de Chile. También, todos los años, al darse esta oportunidad, recuerdo cuando esto pasaba en mi época de escolar. La sala quedaba en un tercer o segundo piso, casi siempre. Los pasillos, al aire libre y con barandas, se convertían en un improvisado mirador hacia los Andes. Ahí podía pasar los recreos enteros, mirando el azulino tono de las pendientes y cómo las nubes acariciaban los picos de la montaña. Y aprovechaba de rezar para que lloviera de nuevo.

Foto: Daniel G. (@Ostrels)

jueves, 14 de julio de 2011

El presente y el pasado de la educación


La fachada de la Casa Central de la Universidad de Chile, fundada en 1843, siempre hace que uno se vaya al pasado. Treinta años después de que el abogado venezolano Andrés Bello inaugurara la universidad, en 1872, se terminó la construcción de este edificio. Fue ideada por el arquitecto Luciano Ambrosio y las obras, dirigidas por Fermín Vivaceta (sí, tiene una calle con su nombre), uno de los primeros arquitectos egresados del país. Su estilo neoclásico, al igual que el de varios edificios del centro de Santiago, invitan a recordar cuáles fueron nuestros cimientos, quiénes nos fundaron.

Pero por estos días, con el conflicto educacional en plena boga y este gigantesco lienzo negro pidiendo lo que muchos creen imposible, es difícil no asemejar la imagen con la que hizo famosa a la Universidad Católica –su eterna rival académica– en los 60’: “Chileno: El Mercurio miente”. Da la casualidad que esa consigna, que después se convirtió en un emblema de la manipulación mediática en dictadura, también fue creada durante un conflicto estudiantil. Específicamente, en agosto de 1967, cuando los estudiantes de la PUC estaban luchando por una reforma universitaria que abarcaba aspectos institucionales y administrativos, como su rol social y el acceso amplio y gratuito de la educación.

Pronto se contagiaron otras universidades tradicionales, como la Federico Santa María, la Técnica del Estado (actual USACH) y la propia Universidad de Chile. En esa ocasión, las conquistas sucumbieron seis años después con el Golpe de Estado. Ahora, una nueva generación pide prácticamente lo mismo que pedían sus padres hace cuatro décadas. Y hay fe en que las cosas terminará mucho mejor que aquella vez.

lunes, 11 de julio de 2011

Día del periodista

Un paréntesis... Feliz día del Periodista.


"Pues el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a morir por eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, y no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente".

Gabriel García Márquez - “Periodismo: el mejor oficio del mundo” - Los Ángeles, Estados Unidos, 7 de octubre de 1996.

Discurso inaugural como presidente de la Fundación para un nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI)

domingo, 10 de julio de 2011

Aún queda pasado


En años tan agitados, con celulares, internet y tiempo escaso, sorprende ver a caballeros que aún se sientan a que le lustren los zapatos. Entre Plaza Italia y Plaza Los Héroes, por la Alameda, está lleno de puestos, que sólo necesitan de un cajón pequeño para que se siente el lustrador y otro más alto para el cliente. Es una actividad parsimoniosa, diligente. Los que todavía la llevan a cabo, y quienes la disfrutan, parecen haberse quedado en el pasado, cuando la moda era la partidura en el pelo y una pulcritud en el vestir.

Aunque la sociedad avanza cada vez más rápido, hay algunos estandartes de lo antiguo que se rehúsan a morir. Sin ir más lejos, por fuera de mi casa algunas veces pasa el organillero, rompiendo el silencio con sus gritos y la melodía de su caja musical. En otras villas, he visto cómo señoras con cachirulos y en bata, salen a afilar sus chuchillos a la calle, con el hombre que se gana la vida haciéndolo. Tarde o temprano, esas escenas dejarán de producirse. El tiempo es un enemigo temible. Lentamente, pero con fuerza, va borrando lo innecesario. Y otros, sin escrúpulos, los reemplazan.