lunes, 25 de julio de 2011

El repudio a la angustia

Texto: Fernando Pérez G. / Foto: Felipe Rubilar

Difícil no deshacerme en elogios frente a tamaña imagen, tomada por el realizador audiovisual, Felipe Rubilar. Aunque sea difícil discernir en qué contexto se captaron las expresiones de angustia de este abuelo y esta señora, la foto se camufla muy bien con alguna escena de película apocalíptica. Pero no. Esto fue el 14 de julio de 2011, en medio de una de las manifestaciones estudiantiles. Probablemente, y puedo equivocarme, ellos van arrancando de los disturbios. De esa estúpida manera que tienen algunos de hacerse notar: quebrando mobiliario público, haciendo trizas locales pequeños u agrediendo a cualquiera que pase cerca, sea prensa, carabineros y peatones. No pretendo “criminalizar” las marchas, porque está claro que esta es una minoría repudiada tanto por los manifestantes como por las autoridades. El objetivo es que los odiemos aún más, que los marginemos como esas sobras sociales en las que se han convertido. Porque, comprendan: su violencia sólo los convierte en delincuentes, en una gran muestra de pequeñez humana. Quizá, rozando el límite con el salvajismo animal.

lunes, 18 de julio de 2011

Dibujo permanente


La galería Eurocentro, en el paseo Ahumada de Santiago, tiene alrededor de media docena de tatuadores. Casi todos desarrollan su trabajo en torno a imágenes bastante crudas: proliferan diablos, zombies, descuartizados y calaveras. Dibujarse la piel tiene algo de rudeza. No cualquiera aguanta el dolor que produce el abrirla milímetro a milímetro. Antes, pensaba que una tortura así era innecesaria y que bajo ningún motivo la cometería. Pero volví a verla, tocarla, sentirla… y caí. No, no fue por una chica, sino por el lugar donde viví mi infancia: Isla de Pascua. Era verano de 2008 y había vuelto de vacaciones después de siete años en el continente. Empecé a pensar en algo permanente, en una forma de llevarla conmigo siempre, con orgullo. Me tatué. Con dolor al principio y satisfacción después, es el único intento que he hecho de pertenecer a una cultura que no es la mía pero que amo. Como para desgarrarme la piel.

sábado, 16 de julio de 2011

Lluvia bendita


Las inundaciones y anegamientos que producen las lluvias son la cara negativa, lo malo, lo fatal. Pero también ayuda a descontaminar esas ciudades malditas con el humo industrial. Como Santiago. Cada vez que el agua cae del cielo, al día siguiente la capital muestra imágenes como esta: el aire limpio, la gigantesca cordillera vestida de blanco. Todos los años existen, aunque sea un par de veces, estas jornadas mágicas en donde podemos apreciar el esplendor natural de esta columna rocosa que nace en Venezuela y pasa por Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina y va a terminar en el sur de Chile. También, todos los años, al darse esta oportunidad, recuerdo cuando esto pasaba en mi época de escolar. La sala quedaba en un tercer o segundo piso, casi siempre. Los pasillos, al aire libre y con barandas, se convertían en un improvisado mirador hacia los Andes. Ahí podía pasar los recreos enteros, mirando el azulino tono de las pendientes y cómo las nubes acariciaban los picos de la montaña. Y aprovechaba de rezar para que lloviera de nuevo.

Foto: Daniel G. (@Ostrels)

jueves, 14 de julio de 2011

El presente y el pasado de la educación


La fachada de la Casa Central de la Universidad de Chile, fundada en 1843, siempre hace que uno se vaya al pasado. Treinta años después de que el abogado venezolano Andrés Bello inaugurara la universidad, en 1872, se terminó la construcción de este edificio. Fue ideada por el arquitecto Luciano Ambrosio y las obras, dirigidas por Fermín Vivaceta (sí, tiene una calle con su nombre), uno de los primeros arquitectos egresados del país. Su estilo neoclásico, al igual que el de varios edificios del centro de Santiago, invitan a recordar cuáles fueron nuestros cimientos, quiénes nos fundaron.

Pero por estos días, con el conflicto educacional en plena boga y este gigantesco lienzo negro pidiendo lo que muchos creen imposible, es difícil no asemejar la imagen con la que hizo famosa a la Universidad Católica –su eterna rival académica– en los 60’: “Chileno: El Mercurio miente”. Da la casualidad que esa consigna, que después se convirtió en un emblema de la manipulación mediática en dictadura, también fue creada durante un conflicto estudiantil. Específicamente, en agosto de 1967, cuando los estudiantes de la PUC estaban luchando por una reforma universitaria que abarcaba aspectos institucionales y administrativos, como su rol social y el acceso amplio y gratuito de la educación.

Pronto se contagiaron otras universidades tradicionales, como la Federico Santa María, la Técnica del Estado (actual USACH) y la propia Universidad de Chile. En esa ocasión, las conquistas sucumbieron seis años después con el Golpe de Estado. Ahora, una nueva generación pide prácticamente lo mismo que pedían sus padres hace cuatro décadas. Y hay fe en que las cosas terminará mucho mejor que aquella vez.

lunes, 11 de julio de 2011

Día del periodista

Un paréntesis... Feliz día del Periodista.


"Pues el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a morir por eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, y no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente".

Gabriel García Márquez - “Periodismo: el mejor oficio del mundo” - Los Ángeles, Estados Unidos, 7 de octubre de 1996.

Discurso inaugural como presidente de la Fundación para un nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI)

domingo, 10 de julio de 2011

Aún queda pasado


En años tan agitados, con celulares, internet y tiempo escaso, sorprende ver a caballeros que aún se sientan a que le lustren los zapatos. Entre Plaza Italia y Plaza Los Héroes, por la Alameda, está lleno de puestos, que sólo necesitan de un cajón pequeño para que se siente el lustrador y otro más alto para el cliente. Es una actividad parsimoniosa, diligente. Los que todavía la llevan a cabo, y quienes la disfrutan, parecen haberse quedado en el pasado, cuando la moda era la partidura en el pelo y una pulcritud en el vestir.

Aunque la sociedad avanza cada vez más rápido, hay algunos estandartes de lo antiguo que se rehúsan a morir. Sin ir más lejos, por fuera de mi casa algunas veces pasa el organillero, rompiendo el silencio con sus gritos y la melodía de su caja musical. En otras villas, he visto cómo señoras con cachirulos y en bata, salen a afilar sus chuchillos a la calle, con el hombre que se gana la vida haciéndolo. Tarde o temprano, esas escenas dejarán de producirse. El tiempo es un enemigo temible. Lentamente, pero con fuerza, va borrando lo innecesario. Y otros, sin escrúpulos, los reemplazan.

viernes, 8 de julio de 2011

La Alameda de las protestas


La Alameda no era la misma la tarde del jueves 30 de junio de 2011. La cantidad de personas -más de 200 mil-, que ese día protestaron por una educación pública gratuita y de calidad, la hacían ver como un gigantesco carnaval. Un posible hermano pequeño del de Rio de Janeiro. Los originales lienzos y representaciones (como el ataúd y los deudos que recreaban la muerte de la educación), le conferían color y entretención a una manifestación notable, necesaria. Es difícil creer que, en los albores del 1800, esta calle era uno de los brazos del río Mapocho, que fue utilizado por todo el periodo colonial como vertedero. En 1820, después del proceso independentista, el primer dictador del país (o Presidente o Director Supremo) Bernardo O’Higgins decidió convertir el basural en una avenida a la que después pondrían su nombre: “Avenida Libertador Bernardo O’Higgins”. También la nombraron “Alameda de las Delicias”, por su primaria utilización como paseo peatonal para la elite chilena, con juegos, tiendas y variopintos espectáculos callejeros.

Casi 200 años después, en esta misma calle, no sólo la elite está presente. Los hijos de las clases bajas y medias también se mezclan entre cantos, bailes, gritos y pancartas. Todos buscando una igualdad que, llegue o no llegue, es un motivo suficiente para llenar una y otra vez la Alameda.

lunes, 4 de julio de 2011

Vivir o morir en el frío

El frío y el hielo tienen una especial relación con la vida y la muerte. Se sabe que cuando a una persona le sacan un órgano para un trasplante, éste se pone en hielo para mantener sus funciones. Lo mismo se hace para guardar espermatozoides u óvulos que luego se utilizan en fecundaciones in vitro. Incluso, algunos millonarios excéntricos han congelado sus cuerpos para cuando la ciencia y la medicina tengan la capacidad de revivir a los muertos. Extraño es –irónico quizá–, que estos mismos elementos puedan matar. En Chile murieron alrededor de 150 personas en situación de calle durante el invierno del año 2010, a causa de las bajas temperaturas. Aunque por el momento no se tienen los datos de 2011, todo, especialmente el clima, parece indicar que podría continuar la tendencia: la onda polar en Santiago ha tenido cifras que van desde los -2,5°C en el centro de la capital a récords de -8,5°C y -7,0°C en la comuna de Lampa. Porque el frío no discrimina: congela para bien o para mal.

domingo, 3 de julio de 2011

Camuflaje otoñal


Esta plaza cambió. Pasé por aquí hace cuatro días, antes de las lluvias del fin de semana, y todo el suelo era de un verde poderoso, vivo. Como si el pasto, que no es poco, se le regara día tras día, y se le pusieran vitaminas y fertilizantes. Quizá tienen un jardinero sólo para ella. Veinticuatro siete. Perfectamente probable. La plaza está a los costados del río Mapocho, en Providencia, comuna con recursos y de muchas áreas verdes que, incluso en algunos casos, tienen nombre. En otras comunas ni si quiera alcanza para identificarlas con un letrero y menos, para tener a un cuidador para lograr una hierba de ese color. En todo caso, ahora casi ni se ve. Las plazas cambian en otoño producto del viento que hace caer las hojas cafés y marchitas de los árboles vecinos. Y la lluvia también hace lo suyo: basta con agacharse un poco, como para sacar una foto a ras de piso, para sentir ese olor a humedad, mezcla de tierra, agua y la química del suelo. Un aroma que, de alguna manera u otra, te lleva a pensar en tu infancia, cuando la plaza del barrio era tu patio de juegos, donde caías al piso una y otra vez, buscando sólo diversión.

sábado, 2 de julio de 2011

Recuerdos en greda


La repisa tiene casi dos años. El mismo tiempo lleva arriba de ella, inalcanzable sin un esfuerzo que nunca me había propuesto hacer, una figura de greda. Su origen, en todo caso, es mucho más antiguo: 1998 o 1999. Por ese entonces yo cursaba octavo o primero medio, había llegado hace uno o dos años de Rapa Nui y la echaba de menos. Mucho de menos. Por eso, cuando me comentaron que trabajaríamos con greda en un ramo de artes manuales, esculpí la isla. Ahí están los volcanes Rano Kau, Rano Raraku y el Poike, los caminos principales y el pueblo de Hanga Roa. Ahora que la miro, que me fijo en ella, encuentro que no le hace justicia: la isla no es ni café, ni dura, ni fría. Cuando realmente escarbo en mi memoria, la encuentro verdosa, con gente cálida y la razón de una infancia maravillosa.

viernes, 1 de julio de 2011

El poco pasado de Echaurren


El otoño en calle Echaurren tiene un dejo de nostalgia. De algo perdido. Quizá por su casi nulo movimiento, es inevitable fijarse en las pocas fachadas coloniales que ofrece en comparación con sus vecinas República y España. Raro, considerando que todo este sector perteneció a dos quintas: la “Quinta Echaurren” y la “Quinta Meiggs”. Pero eso fue alrededor de 1850, cuando se irguieron esas casas suntosas, mezcla y producto de la envidia y ambición de familias con dinero y apellidos extranjeros. En aquellos años, las señoritas de sombrero paseaban de la mano con sus prometidos de bigote y bastón y los vendedores ambulantes llenaban de gritos e insumos las veredas. Ahora las jovencitas le gritan “hueón” al pololo y comentan la ganas que tienen de que sea viernes para ir esas mismas casas suntuosas a tomarse una chela. También es imposible dejar de pensar que el otoño en calle Echaurren debió ser más cálido hace menos de un siglo atrás, cuando los cientos de faroles color verde petróleo no se confundían con las líneas rectas de los edificios modernos, y el trenvía, desaparecido en 1959 y del que aún se pueden ver los rieles en el asfalto, movilizaba a los vecinos desde la Alameda al sur y viceversa.