domingo, 10 de julio de 2011

Aún queda pasado


En años tan agitados, con celulares, internet y tiempo escaso, sorprende ver a caballeros que aún se sientan a que le lustren los zapatos. Entre Plaza Italia y Plaza Los Héroes, por la Alameda, está lleno de puestos, que sólo necesitan de un cajón pequeño para que se siente el lustrador y otro más alto para el cliente. Es una actividad parsimoniosa, diligente. Los que todavía la llevan a cabo, y quienes la disfrutan, parecen haberse quedado en el pasado, cuando la moda era la partidura en el pelo y una pulcritud en el vestir.

Aunque la sociedad avanza cada vez más rápido, hay algunos estandartes de lo antiguo que se rehúsan a morir. Sin ir más lejos, por fuera de mi casa algunas veces pasa el organillero, rompiendo el silencio con sus gritos y la melodía de su caja musical. En otras villas, he visto cómo señoras con cachirulos y en bata, salen a afilar sus chuchillos a la calle, con el hombre que se gana la vida haciéndolo. Tarde o temprano, esas escenas dejarán de producirse. El tiempo es un enemigo temible. Lentamente, pero con fuerza, va borrando lo innecesario. Y otros, sin escrúpulos, los reemplazan.

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