martes, 10 de enero de 2012

Analgésico

Miro esta fotografía y me da alivio. El peso de mi cuerpo cae, muerto, en la silla en la que estoy. Recuerdo haberla tomado a fines de la semana pasada, cuando llegaba a la estación de metro en donde termina mi viaje. Venía, cansado, del trabajo. Iba fijándome en el crepúsculo desde que el vagón emergió desde las entrañas del recorrido subterráneo. La mirada en el horizonte, los ojos entrejuntos detrás de los lentes. Observaba al sol esconderse y sabía que había terminado el día. Que podría llegar a la casa y vaciar una botella de cerveza, fumarme un cigarro, leer, ver una película o echarme en la cama a mirar el techo. El sol era una bola de fuego, luz y colores que a cada segundo bajaba un poco más. Ese efecto me lo explicaron alguna vez: mientras más cerca del horizonte más grande se ve porque hay puntos de referencia (un edificio, las casas, un cerro) para medir los tamaños. Pasa lo mismo con la luna cuando está llena. Fíjense hoy al mirar la cordillera. Bueno, pensaba en ese fenómeno y en que voy viajando a casa. Qué efecto analgésico. El dolor de cabeza de la tarde se había pasado. El cansancio de las piernas también. El sol le da energía a las plantas, a los seres vivos. ¿Tendrá el mismo efecto sólo cuando lo miramos? Para cuando tomé esta foto, alzando tímidamente mi celular a la altura de los ojos, ya estaba energizado, dispuesto a salir a divertirme. El sol se ocultaba, pero la noche estaba recién empezando.

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